Disociación: lo que no estás sintiendo también habla

En mi consulta he escuchado muchas veces frases como:
“Me desconecto”, “no me siento”, “veo todo borroso”, “funciono, pero no estoy”.
Y otras, con un tono más trivial:
“Ayer me disocié viendo Netflix” o “me disocié porque tuve un día cansado”.
Vivimos en una época donde los términos psicológicos circulan con libertad, y si bien esto puede democratizar el acceso al conocimiento, también puede llevar a la banalización de conceptos que en realidad describen experiencias profundamente dolorosas y debilitantes.
Uno de los casos más serios de esta confusión es la disociación.
Desde mi experiencia como terapeuta especializada en trauma complejo, disociación y apego, me resulta imprescindible aclarar que la disociación no es simplemente “estar en piloto automático” ni una excusa moderna para desconectarse del estrés. Es, en muchos casos, una secuela directa de experiencias traumáticas no integradas, una forma de supervivencia y una herida crónica que exige atención clínica, contención y tratamiento especializado.
Este artículo busca posicionar una visión rigurosa, compasiva y clínica sobre la disociación, respaldada por las investigaciones más sólidas y también por lo que veo, escucho y trabajo cada día con personas que, sin saberlo, han vivido años fragmentadas internamente.
¿Qué es disociar de verdad?
Disociar no es únicamente “irse” mentalmente. Es un proceso neurofisiológico complejo en el que la mente se separa de la experiencia emocional, corporal o cognitiva para poder soportar lo insoportable.
Como lo explican Van der Hart, Nijenhuis y Steele (2006), la disociación es una estrategia del sistema nervioso para lidiar con situaciones traumáticas que sobrepasan la capacidad del individuo de comprender, sentir o resistir. No se elige, no es cómoda, y muchas veces ni siquiera es consciente. Es un mecanismo automático que, en su momento, salvó la vida psíquica de la persona.
¿Y entonces por qué tanta gente dice que “se disocia”?
Porque existe una forma de desconexión ligera, transitoria, que todos hemos experimentado:
Soñar despierto
Olvidar un trayecto rutinario
Sentirse ligeramente “fuera de foco” en momentos de cansancio
Esto no es patológico. Se trata de mecanismos normales de autorregulación atencional o emocional. Es parte de cómo el sistema filtra estímulos o se protege del aburrimiento o sobrecarga.
Pero no es lo mismo a sentir que no se tiene cuerpo, no se tienen emociones, no se recuerda una semana entera, o no se sabe quién es una parte del tiempo.
Disociación adaptativa vs. disociación traumática
Característica | Adaptativa | Traumática / Patológica |
---|---|---|
Frecuencia | Ocasional | Recurrente o crónica |
Conciencia | Se puede advertir | Involuntaria y automática |
Control | Reversible voluntariamente | No controlable |
Impacto | No interfiere en la vida | Afecta memoria, identidad, cuerpo y relaciones |
Causa | Estrés moderado o monotonía | Trauma severo o prolongado |
Formas clínicas de disociación
Basado en los modelos de Ogden (2006), Lanius (2022) y Fisher (2021), algunas formas clínicas de disociación incluyen:
Despersonalización: la persona se siente desconectada de su cuerpo (como si lo observara desde fuera).
Desrealización: el mundo se percibe irreal (lejano, como una película).
Amnesia disociativa: pérdida de recuerdos importantes sin explicación médica.
Cambios de identidad o de estado del yo: partes internas que se activan y toman el control (como si fueran “otras personas”).
Anestesia emocional o física: incapacidad para sentir dolor, placer o emoción.
Estas manifestaciones no son parte del funcionamiento normal del cerebro, y en muchos casos reflejan la existencia de trauma complejo, como abuso sexual infantil, violencia doméstica crónica, negligencia afectiva severa o experiencias médicas invasivas sin soporte emocional.
Desde mi experiencia clínica
He acompañado procesos donde los síntomas disociativos eran sutiles al inicio: una paciente que «se congelaba» cada vez que intentaba hablar de su infancia; un adulto que se quedaba en blanco ante una crítica mínima de su pareja; una mujer que sentía que su cuerpo «no era suyo» al intimar.
Estos síntomas no aparecieron por cansancio. Fueron la forma en que el cuerpo bloqueó el acceso a memorias o emociones que, de ser sentidas de golpe, podrían desbordar completamente la integridad psíquica.
Y es por eso que no basta con «traer al presente» o hacer mindfulness. La disociación traumática no se resuelve solo con atención plena o afirmaciones positivas. Requiere un tratamiento gradual, informado en trauma, que entienda los sistemas de defensa del cuerpo y del yo.
¿Por qué debemos dejar de minimizar la disociación?
Cuando decimos “me disocié porque no dormí bien”, estamos (involuntariamente) deslegitimando lo que viven quienes han sido fragmentados por el trauma.
Minimizar la disociación impide que quienes realmente la sufren sean vistos, escuchados y tratados.
Banalizarla refuerza la culpa y la vergüenza de quienes no pueden estar presentes, no porque no quieran, sino porque su sistema los protege aún del recuerdo.
El camino de vuelta
Recuperar la conexión no se trata de “forzarse a estar presente”, sino de generar condiciones de seguridad interna. El trabajo terapéutico debe enfocarse en:
Construir regulación corporal (respiración, anclaje somático)
Dar voz a las partes internas disociadas (trabajo con partes, EMDR, ego state)
Recuperar memoria sensorial con cuidado y contención
Fortalecer la identidad integrada, respetando los mecanismos protectores que se activan
Como terapeuta, mi enfoque es guiar este proceso con respeto absoluto al ritmo de la persona. La consigna no es “reconéctate”, sino: “Te acompaño mientras aprendemos juntas cuándo y cómo es seguro volver.”
Disociarse no es debilidad, ni drama, ni moda. Es una señal profunda de dolor, una defensa antigua y a veces una prisión invisible.
Quienes viven con disociación no necesitan que se les niegue o minimice lo que sienten. Necesitan validación, comprensión clínica y acompañamiento especializado.
Nombrar la disociación correctamente es el primer paso para restaurar el vínculo con uno mismo. Y eso (como terapeuta) es una de las formas más profundas de reparación emocional que he tenido el privilegio de presenciar.
Referencias
Dana, D. (2020). Ejercicios polivagales para seguridad y conexión. Nueva York: Norton.
Fisher, J. (2021). Transforming the Living Legacy of Trauma. PESI Publishing.
Levine, P. A. (2008). Curar el trauma: El cuerpo como sanador. Barcelona: Planeta.
Lanius, R. A., Brand, B., Schielke, H. J., & Schiavone, F. (2022). Finding Solid Ground: Overcoming Obstacles in Trauma Treatment. Oxford University Press.
Ogden, P., Minton, K., & Pain, C. (2006). El trauma y el cuerpo: Un modelo sensoriomotriz de psicoterapia. Bilbao: Desclée de Brouwer.
Van der Hart, O., Nijenhuis, E. R. S., & Steele, K. (2006). El yo atormentado: La disociación estructural y el tratamiento de la traumatización crónica. Bilbao: Desclée de Brouwer.