Formas de afrontamiento del abuso sexual infantil y sus manifestaciones en la adultez

Cuando sobrevivir deja huella: abuso sexual infantil y sus efectos en la adultez

El abuso sexual infantil no termina cuando cesan los actos. Su verdadera profundidad se manifiesta a lo largo de la vida, especialmente cuando las estrategias que ayudaron a sobrevivir comienzan a cobrar un alto precio en la adultez: relaciones donde se repite la sumisión, culpa por desear afecto, desconexión del cuerpo o miedo a sentir.

Este blog busca dar voz a esas estrategias silenciosas de afrontamiento que muchos sobrevivientes desarrollan, no como fallas, sino como formas brillantes de adaptación en entornos donde no hubo protección ni escucha. Para ello, retomaremos los aportes de Sandra Baita, junto con los de autores como Peter Levine, Pat Ogden y Deb Dana, integrando observaciones clínicas desde la experiencia con personas adultas que fueron víctimas de abuso infantil.


La estrategia como salvación: sobrevivir en un entorno imposible

Cuando el entorno familiar o cercano se convierte en un lugar de amenaza, el niño o niña no tiene opción de escapar físicamente. En su lugar, escapa psíquicamente. Como lo explica Sandra Baita (2020), la mente infantil encuentra maneras de dar sentido a lo insoportable, incluso si eso implica negar lo ocurrido, culparse a sí misma, o vincularse emocionalmente con el agresor

Estas estrategias no son conscientes. Son formas profundas, neurobiológicamente codificadas, de preservarse. El problema es que muchas de ellas, en la adultez, siguen activas incluso cuando ya no hay peligro.


1. Identificación con el agresor

Una de las respuestas más desconcertantes para quienes no han vivido trauma es la identificación con quien hizo daño. En la infancia, esta estrategia puede ayudar a crear la ilusión de conexión: si me parezco a él, si creo que me quiere, entonces tengo una forma de controlar lo que pasa.

“La identificación con el agresor no es un acto de traición del niño, sino una forma de proteger su estructura psíquica cuando la traición vino de donde debía haber cuidado” — Baita (2020).

En adultos, esto se observa en:

  • Justificación de conductas violentas de otros (“seguro tuvo una infancia difícil”)

  • Atracción por figuras abusivas o controladoras

  • Repetición de frases internalizadas (“yo lo permití”, “yo también tenía la culpa”)

Desde lo clínico, esto requiere intervenciones que no invaliden estas estrategias, sino que reconozcan que fueron intentos de sostener la cordura. Validar esa necesidad es el primer paso para poder desmontarla con seguridad.


2. Búsqueda de sometimiento o repetición vincular

Baita habla de la reescenificación traumática: sin saberlo, muchas personas buscan repetir el patrón de abuso en nuevas relaciones. No porque lo deseen, sino porque su sistema nervioso asocia el amor con el control, el afecto con la invasión, la seguridad con la sumisión.

Esto puede manifestarse como:

  • Incomodidad ante personas amables o disponibles emocionalmente

  • Necesidad de pedir permiso para existir

  • Atracción hacia relaciones en las que se “gana” afecto cediendo poder

“Repetir es una forma de recordar sin palabras, de buscar una salida donde no hubo, de retomar control en escenarios similares” — Baita (2020).

Desde la práctica terapéutica, es vital trabajar la autonomía corporal y emocional, enseñando al sistema nervioso que puede sentirse seguro sin necesitar someterse.


3. Negación, minimización y silencio

Una de las formas más comunes de afrontar el abuso es negarlo o restarle importancia. Esto permite preservar la estructura familiar y evitar el colapso emocional. “No fue tan grave”, “yo lo permití”, “pudo ser peor” son frases frecuentes.

Este silencio, sin embargo, no detiene el impacto. Se transforma en síntomas: ansiedad, depresión, dificultades sexuales, desconexión corporal o somatización crónica.

Como afirma Sandra Baita, el silencio impuesto (externo) termina siendo internalizado como autocensura. Recuperar la voz es una tarea terapéutica que implica no solo contar la historia, sino reconectar con el cuerpo y las emociones negadas.


4. Culpa y vergüenza implantadas

Uno de los legados más duraderos del abuso es la vergüenza: no se trata de sentir que me pasó algo malo, sino que yo soy algo malo. Esta vergüenza es muchas veces implantada por el entorno, que culpabiliza, minimiza o simplemente ignora el dolor.

“En muchos casos, el adulto sobreviviente siente más vergüenza por hablar que por lo que vivió. Eso es muestra de la profundidad del trauma relacional” — Evelyn Zúñiga

En consulta, esto puede verse en personas que:

  • Evitan mirar a los ojos

  • Se excusan por hablar de sí mismas

  • Expresan náusea o incomodidad al hablar de placer

La vergüenza no se desafía con lógica, sino con presencia emocional, validación profunda y vínculo terapéutico sostenido, como lo subrayan Dearing y Tangney en su trabajo sobre vergüenza crónica.


5. Hipersexualización o anestesia afectiva

El cuerpo infantil puede haber experimentado sensaciones físicas confusas durante el abuso, lo que genera una asociación entre dolor, placer y culpa. Esto puede derivar en dos extremos en la adultez:

  • Búsqueda compulsiva de estímulo sexual como forma de evasión

  • Anestesia emocional y rechazo al contacto

Ambas respuestas son intentos de lidiar con una vivencia traumática no procesada. Desde la terapia sensoriomotriz y los ejercicios polivagales, se puede trabajar la reconexión segura con el cuerpo, diferenciando entre control, deseo y conexión auténtica.


Reflexión final: no es el trauma, es la soledad con que fue vivido

El problema no fue solo el abuso, sino haberlo vivido en silencio, sin comprensión ni contención. Las estrategias que se desarrollaron fueron salvavidas emocionales, aunque hoy generen sufrimiento.

Desde la práctica clínica, como terapeuta, he aprendido que la reparación comienza cuando la persona comprende que su historia tiene sentido, que su cuerpo no está “dañado”, sino que ha sido inteligente en protegerle, y que ahora tiene derecho a construir otras formas de vincularse consigo y con los demás.


Referencias

  • Baita, S. (2020). Abuso sexual infantil. Guía para comprender y acompañar. Fundación Aralma.

  • Dearing, R. L., & Tangney, J. P. (2022). Understanding and Treating Chronic Shame: A Relational Neurobiological Approach. Norton.

  • Ogden, P., Minton, K., & Pain, C. (2006). El trauma y el cuerpo: un modelo sensoriomotriz de psicoterapia. Desclée de Brouwer.

  • Dana, D. (2020). Ejercicios polivagales para seguridad y conexión. Norton.

  • Levine, P. A. (2008). Curar el trauma: el cuerpo como sanador. Planeta.

  • Forgash, C., & Coautores. (2005). EMDR para disociaciones y estados del yo. Desclée de Brouwer.


 

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